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Ensayo ganador del concurso Las Cuentas Cuentan 2024: Carta a Alejandro VI: El Renacimiento de la Contabilidad
 
Venecia, 1 de enero de 1496
 
A Su Santidad el Papa Alejandro VI,
 
Excelentísimo y Santo Padre, permitidme presentarme como Fray Luca Pacioli, un humilde fraile franciscano que se inclina ante la majestad de vuestra persona y la sabiduría de vuestro pontificado. Con el más profundo respeto y humildad me dirijo a Vuestra Santidad, en este día tan especial en que celebramos no solo el comienzo de un nuevo año, sino también el día de vuestro nacimiento. En esta ocasión de júbilo y renovación, deseo que la gracia divina continúe iluminando vuestro camino y fortaleciendo vuestro sagrado deber como guía espiritual de la Cristiandad.
 
Es verdaderamente meritorio que, a pesar de su origen valenciano, hayáis ascendido al trono de San Pedro, lo que resalta la universalidad y la diversidad de la Santa Iglesia Católica. Además, se suma a mi admiración vuestro honor de ser sobrino de Su Santidad Calixto III. Siguiendo sus pasos, Vuestra Santidad ha continuado la innegable labor de vuestro ilustre tío con gracia y rectitud.
 
Ahora que la sombra del conflicto se cierne sobre nuestras tierras, elevo mis más fervientes oraciones, implorando la intercesión divina para que el invasor francés cese su asedio al Reino de Nápoles. Que la paz y la justicia puedan prevalecer sobre la violencia y la ambición desmedida de los hombres, y que la mano de Dios guíe los corazones de los gobernantes hacia el camino de la concordia y la reconciliación, tan necesarias en estos tiempos de tribulación.
 
En mis viajes por las tierras de Europa, he tenido el honor y la bendición de sumergirme en el conocimiento de los principios fundamentales de la matemática y la geometría, así como en el legado filosófico de los antiguos pensadores griegos, con el firme propósito de servir mejor a la causa de la Verdad. Durante estos peregrinajes, he realizado profundos estudios que han arrojado importantes descubrimientos que desearía compartir con Vuestra Santidad mediante la presente epístola, en aras de enriquecer aún más vuestra divina erudición y el saber de vuestra Santa Madre Iglesia.
 
No obstante, para evitar el pecado capital de la soberbia, he de reconocer que mi conocimiento ha sido adquirido a hombros de gigantes; en tanto que he gozado de la amistad de ciertas figuras contemporáneas de renombre cuyas mentes brillantes y contribuciones al conocimiento humano estoy seguro dejarán marca indeleble en la historia. Permitidme en primer lugar hablaros de mi distinguido maestro y gran amigo Leonardo di ser Piero, originario de la ciudad toscana de Vinci, a quien conocí cuando ambos trabajamos como profesores para la corte del duque de Milán. Leonardo es un individuo peculiar, ejemplo de su rareza es su amor por los animales que lo ha llevado a renunciar al consumo de carne, mostrando una devoción tal que incluso compra aves enjauladas para liberarlas posteriormente. Pese a sus extravagancias, le agradezco infinitamente su ayuda para escribir e ilustrar La Divina proportione, obra en cuya elaboración nos hallamos inmersos. En ella, exploramos un número al que hemos denominado áureo. La manifestación de esta simetría no se limita únicamente a la naturaleza, donde se observa en la disposición y cantidad de pétalos en las flores, en la geometría de las caracolas o en las proporciones del cuerpo humano, sino que también se refleja en la estructura de monumentos tan emblemáticos como las pirámides de Egipto o el Partenón de Atenas. Es una maravilla mística y perfecta, cuyo origen solo puede ser la razón divina.
 
Sin embargo, la publicación de este libro aún no ha tenido lugar debido a un inconveniente con nuestro editor, Paganino Paganini, un hombre de buen corazón pero carente de prudencia financiera. A causa de sus injustificables retrasos, me dirigí en el día de ayer a su taller para entablar la siguiente conversación:
  • - Paganino, ¿qué pasa con mi obra? – pregunté de manera un tanto impertinente al entrar en su desordenado taller.
  • - Fray Luca, me es imposible comprometerme a la edición de su libro - dijo Paganino con evidente angustia.
  • - ¿Por qué? Si todos los ilustres de Venecia editan sus obras con usted – le reprendí.
  • - Monseñor, no puedo hacerlo debido a que aún no he cobrado los libros que vendí el mes pasado. En este momento me encuentro en apuros financieros, sin suficientes florines para cubrir mis necesidades básicas y obligaciones tributarias – respondió el editor con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos.
  • - ¿Acaso sus deudores no van a pagarle? – le interrumpí a mitad de su absurdo lloriqueo.
  • - Por supuesto que sí, pero siempre les otorgo un plazo de cortesía para ello – dijo él.
  • - Entonces, ya ha devengado el ingreso – le contesté.
  • ¿Devengado? ¿Qué significa eso? – preguntó sorprendido el editor.
  • - El devengo es un concepto contable que se refiere a la cantidad de dinero que has ganado o gastado, aunque todavía no lo hayas recibido o pagado – expliqué.
  • - No comprendo. ¿Cómo es posible ganar dinero sin haberlo recibido? – preguntó atónito.
  • - Cuando vende los libros que edita, aunque el comprador pague al mes siguiente, usted ya ha ganado el dinero en el presente mes, aunque todavía no lo tenga en su bolsillo. A ese dinero se le llama dinero devengado – respondí.
  • - Entonces, el devengo es como una especie de dinero fantasma - afirmó.
  • - Exactamente. Este dinero fantasma es necesario para tener una idea real de nuestra situación financiera. Ignorarlo puede llevar a una percepción errónea de la cantidad de dinero disponible. Además, aquellos que estudian la ciencia económica denominan periodo medio de maduración al tiempo transcurrido desde la inversión de dinero hasta su conversión en liquidez a través del cobro. Este proceso es completamente normal en el comercio – le expliqué.
  • - ¡Qué sabio es usted! Entonces, podemos emprender nuestro negocio y editar el libro – concluyó el comerciante con evidente alivio.
Tras esta didáctica conversación, me dirigí hacia el Palacio Ducal donde cada fin de año, los más célebres venecianos celebran un convite al que, por supuesto, estaba invitado. Atravesando los canales, que como arterias revitalizaban la Serenissima, vi sobre las aguas el reflejo de un imponente campanario. Había llegado a la grandiosa Plaza de San Marcos. El bullicio de la multitud y el eco de risas y música llenaban el aire, anunciando la llegada del nuevo año. Entre la maraña de personas, divisé el Palacio en un lateral de la plaza y entré en él.
 
Fue entonces cuando contemplé un banquete de magnificencia sin igual, las mesas rebosaban de manjares exquisitos y copas colmadas del mejor vino. El ambiente de alegría y algarabía inundaba el edificio, como si el mismísimo espíritu del Renacimiento se hubiera encarnado en cada rincón de aquel palacio. Al ingresar a aquel festín de luces y risas, mis ojos, acostumbrados a las penumbras del claustro, se vieron sorprendidos por la opulencia de la nobleza veneciana. Entre la multitud festiva, distinguí las facciones astutas de Nicolás de Maquiavelo, el hábil diplomático y escritor florentino. A su lado, con una expresión serena y contemplativa, se encontraba Miguel Ángel, el genio cuyas obras maestras habían dejado perplejo al mundo entero. Con paso decidido y respetuoso, me acerqué al primero, que parecía absorber cada detalle del ambiente que nos rodeaba. Comenzamos a hablar; sin embargo, la conversación tomó un giro inesperado cuando Maquiavelo, conocido por sus ideas controvertidas, comenzó a criticar abiertamente a Vuestra Excelencia.
  • - Es cuanto menos curioso -mencioné con tono cauteloso- que alguien tan versado en los principios del humanismo como usted, señor Maquiavelo, se entregue a habladurías blasfemas que tachan al Santo Padre de trapacero y ponen en cuestión su celibato y el honor de su Santa Familia, los Borgia.
Antes de que pudiera continuar, Maquiavelo me interrumpió desafiante:
  • ¿Y qué me dice usted de los tributos que exigís a los ciudadanos? ¿Acaso no es una práctica corrupta que solo sirve para enriquecer a una institución que, en mi humilde opinión, ha perdido su camino? – dijo con tono agrio.
Sus palabras resonaron en el aire, dejando un rastro de tensión entre nosotros. Me vi obligado a explicarle, con calma, el propósito de los tributos a la Iglesia y cómo estos contribuían al bienestar de la comunidad y al sostenimiento de las obras caritativas y educativas. Maquiavelo frunció el ceño con escepticismo.
  • En cualquier caso, -replicó con vehemencia- no puedo entender este nuevo diezmo que se dice sobre el consumo. ¿Cómo es posible que tanto el comprador como el vendedor deban tributar por cada bien? Esto resulta en una injusticia de doble imposición. Además, es confuso para el vendedor, a quien se le exige soportar esta carga adicional.
Con voz tranquila, intenté aclarar el malentendido.
  • Comprendo su preocupación, señor Maquiavelo -respondí- pero permítame explicarle que este impuesto no funciona como usted lo describe. Es lo que se conoce como un impuesto repercutido, donde el vendedor debe soportar el impuesto al adquirir el bien, pero luego lo transfiere al precio del comprador. De esta manera, el impuesto es soportado únicamente por el consumidor final.
A medida que desarrollaba mi explicación, noté que la expresión de Maquiavelo se suavizaba ligeramente, indicando una comprensión gradual de la complejidad del sistema fiscal. Concluimos nuestra conversación con un gesto de respeto mutuo y desapareció entre un torbellino de gente.
 
Mientras la noche avanzaba busqué la oportunidad para discutir con Miguel Ángel las preocupaciones que pesaban sobre él. Con paso sereno, me acerqué al artista, cuyo semblante reflejaba una mezcla de determinación y ansiedad ante el monumental proyecto que le había sido encomendado.
  • - Fray Luca -pronunció con una voz apenas audible sobre el murmullo de la celebración– me ha sido encargada la construcción de una basílica en Roma, dedicada a San Pedro. Se dice que será la más grande del mundo.
Salimos al patio para hablar con mayor tranquilidad. Sus palabras resonaron en el aire nocturno, impregnadas de un peso abrumador que reflejaba la magnitud de la responsabilidad que descansaba sobre sus hombros. Escuché atentamente sus inquietudes sobre el manejo del presupuesto y la gestión de los materiales y salarios de los trabajadores. Fue entonces cuando decidí desvelarle una herramienta que recientemente desarrollé para la administración del convento, la cual podría ofrecerle la claridad y organización que tanto necesitaba: el principio de partida doble de la contabilidad.
 
Expliqué con seriedad cada uno de los principios fundamentales que sustentaban esta metodología, resaltando su importancia para garantizar la integridad y la precisión en el registro de las transacciones:
  1. No hay deudor sin acreedor.
  2. La suma que se adeuda a una o varias cuentas ha de ser igual a lo que se abona.
  3. Todo valor que ingresa es deudor y todo valor que sale es acreedor.
  4. Toda pérdida es deudora y toda ganancia acreedora.
Miguel Ángel asintió con gratitud, reconociendo la utilidad de esta metodología en su monumental labor. En medio de la noche, bajo el manto estrellado que cubría Venecia, se despidió, llevando consigo el conocimiento recién adquirido que esperaba le fuera de gran ayuda en sus futuros desafíos.
 
Quisiera así, Santo Padre, sugeriros implementar el sistema que expuse a Miguel Ángel en la gestión de los recursos de las enigmáticas tierras indianas, donde el navegante genovés Cristóbal Colón ha instituido un Virreinato en nombre de los Reyes de Aragón y Castilla, a quienes Vuestra Santidad honró con el venerable título de Católicos. Ojalá mi modesta contribución pueda ser de provecho para el bienestar de las almas y la gloria de Dios.
 
En conclusión, en esta epístola he querido relataros los diálogos y aprendizajes que han marcado mi camino en los últimos días, los cuales deseo le sean de utilidad. En este nuevo año que se abre ante nosotros, elevo mis oraciones para que la gracia divina continúe guiando sus pasos y fortaleciendo su sagrado deber como guía espiritual de la Iglesia Católica.
 
Con profundo respeto y humildad, se despide vuestro siervo.
 
Vale atque salve,
 
Fray Luca Pacioli
 
 
Primer premio: JAVIER DE ROJAS MATILLA, estudiante de 3º de doble grado en Derecho y Administración de Empresas de la Universidad Pontificia Comillas ICADE, dirigido por el profesor Ignacio Cervera Conte.
 
En la foto aparecen, de izquierda a derecha, María de Rojas, hermana del ganador que recogió el premio en su nombre; Ana María Prieto, presidenta de la Agrupación de Madrid; Santiago Durán, presidente del ICAC; e Ignacio Cervera, profesor que avaló el relato.

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