Ensayo ganador del concurso Las Cuentas Cuentan 2025: Sinfonía en clave de cuentas
Introducción
Una sinfonía es una obra musical compuesta para orquesta, generalmente de gran formato, que se estructura en varios movimientos —partes diferenciadas dentro de una misma pieza— y que, desde el siglo XVIII, suele seguir una forma clásica de cuatro movimientos. Cada uno tiene un tempo (velocidad) y un carácter distinto, cumpliendo una función narrativa dentro del conjunto.
Esta estructura permite al compositor desarrollar una historia musical que pasa por distintas emociones: desde la energía inicial, hasta la reflexión, el conflicto y, finalmente, la resolución. Los movimientos tradicionales son:
I. Allegro – Movimiento rápido y enérgico. Es el inicio con fuerza, donde se plantea la temática principal. Representa la toma de decisiones o el despertar de la acción.
II. Adagio – Movimiento lento, introspectivo y emocional. Aquí suele desarrollarse la parte más profunda o melancólica. Invita a la reflexión o al reencuentro personal.
III. Scherzo – Literalmente significa “broma” en italiano. Es un movimiento rítmico, dinámico, con contrastes. Suele representar el conflicto, la tensión o el caos.
IV. Finale – El cierre de la sinfonía. Tiene un tono triunfal, resolutivo o esperanzador. Aporta el desenlace emocional y narrativo de toda la obra.
Aunque esta estructura ha sido adoptada por compositores como Beethoven, Brahms o Mahler, no es una fórmula rígida. A lo largo de la historia, muchos autores han experimentado con el número, el orden o el estilo de los movimientos, creando sinfonías únicas y personales. Sin embargo, la forma en cuatro movimientos sigue siendo una de las más representativas y reconocibles de la tradición clásica.
Este relato que tienes en tus manos está inspirado en esa misma forma sinfónica. Cada movimiento refleja una etapa vital y emocional del protagonista, Javier, donde se entrelazan dos lenguajes aparentemente distintos: la música y la contabilidad. Como en toda buena sinfonía, el propósito final es alcanzar una armonía, no sólo musical… sino también personal.
I. Allegro – La decisión
Javier comenzó a estudiar música con apenas seis años. A los nueve ya sujetaba el violín con esa mezcla de respeto y determinación que sólo tienen los que saben que están ante algo importante. Su vida se desarrolló entre clases en el Conservatorio Amaniel de Madrid, ensayos y conciertos como solista o en orquestas. Era constante, disciplinado y talentoso. Tocaba porque le apasionaba, pero también porque le salía natural.
Durante el bachillerato, sin embargo, algo inesperado despertó su curiosidad: la contabilidad. Lo que para muchos eran números fríos, para él tenían estructura, lógica y un cierto orden interno que le resultaba familiar. Como en una partitura, todo tenía que cuadrar para que el resultado tuviera sentido.
En paralelo a su desarrollo musical, empezó a interesarse por cómo funcionan las empresas, qué mueve la economía, cómo se toman decisiones que afectan a cientos de personas. Cuando llegó el momento de elegir estudios superiores, se encontró con una encrucijada tan clara como dolorosa. Su situación familiar no le permitía costear el Conservatorio Superior y una carrera universitaria al mismo tiempo. Y lo que era peor: aunque tuviera los medios, sabía que ganarse la vida como violinista profesional era una carrera de fondo incierta, con mucha competencia y pocas plazas estables.
Tras semanas de reflexión, tomó una decisión que no fue sencilla: dejaría a un lado el camino del conservatorio para estudiar el Grado en ADE. Lo hacía con la cabeza fría, pero con el corazón lleno de dudas. Sabía que era una apuesta razonable, que le ofrecía más posibilidades laborales, pero también sentía que renunciaba a una parte de sí mismo.
Durante la carrera, tocaba en el metro de Madrid, en eventos y en bodas para pagar sus estudios y su vida en Madrid. La música le seguía dando alegrías, aunque ya no eran las de antes. En su día a día ya no había ensayos ni directores, ni aplausos al final de una obra. Sólo Javier, su violín, y una funda desgastada que abría y cerraba en cada andén.
No era una vida fácil, pero había algo en él que no se quebraba. Sabía que algún día encontraría una forma de reconectar sus dos mundos. Aunque no supiera cuándo ni cómo, confiaba en que lo haría.
II. Adagio – El reencuentro
Terminar la carrera fue un alivio, pero también una incógnita. Como muchos recién graduados, Javier se enfrentaba al vértigo del “¿Y ahora qué?”. A pesar de haber conseguido buenos resultados académicos y tener experiencia trabajando mientras estudiaba, no era fácil encontrar un puesto que conectara con lo que realmente le motivaba.
La oferta llegó casi por casualidad. Una plaza de Técnico de Administración y Finanzas en la Orquesta Nacional de España. Al principio, lo vio como una simple coincidencia. Pero cuando empezó a leer la descripción del puesto —control presupuestario, elaboración de informes, seguimiento de subvenciones, análisis de costes— algo dentro de él se activó. No era una plaza artística, pero era una oportunidad de volver a estar cerca del mundo sinfónico. Aunque fuera desde un despacho, Javier sintió que esa conexión con la música que había perdido estaba volviendo, aunque de forma inesperada.
El primer día de trabajo fue extraño. Volvía a caminar por pasillos en los que sonaban escalas, afinaciones, ensayos a media voz. Volvía a ver partituras sobre mesas, atriles alineados, instrumentos afinándose antes de un ensayo. Todo eso le removía por dentro. Era como volver a casa, pero sin poder entrar del todo.
Sin embargo, pronto entendió que su papel allí no era menor. Los músicos, los directores, el personal técnico... todos dependían de que los números cuadraran, de que el presupuesto estuviera controlado, de que la gestión funcionara. La música no suena sólo con talento: necesita estructura, financiación, planificación. Y si su trabajo podía contribuir a que una sinfonía llegara al escenario, entonces también estaba siendo parte de ella.
Poco a poco, Javier empezó a mirar los informes como si fueran partituras. Encontraba en los balances una especie de ritmo, una estructura interna que le resultaba familiar. Cada cifra tenía su lugar, como cada nota en un compás. Las desviaciones presupuestarias eran disonancias; el equilibrio contable, una cadencia resuelta. Empezó a sentir que, aunque no estuviera tocando el violín, su labor también formaba parte de algo más grande: el funcionamiento de una orquesta sinfónica que necesitaba, tanto como una buena interpretación, una buena gestión.
Aquello no era lo que había soñado de niño, pero tampoco era una renuncia. Era otra forma de estar cerca de la música. Y, por primera vez en mucho tiempo, Javier sintió que su camino —aunque distinto al que había imaginado— tenía sentido.
III.Scherzo – La crisis
La primera temporada de Javier en la Orquesta Nacional transcurrió con normalidad. Su trabajo se centraba en preparar presupuestos, actualizar previsiones, revisar los gastos comprometidos y colaborar en los cierres contables.
Todo cambió con un correo de gerencia: el Ministerio de Cultura y Deporte recortaba en un 30% la subvención asignada para ese ejercicio. La orquesta dependía de esa fuente de financiación, que representaba el 60% de su presupuesto. El impacto era inmediato.
La otra gran fuente de ingresos, venta de entradas a los conciertos, también empezó a peligrar. Los músicos, al saber que no había garantía de cobro, se negaban a tocar. No por capricho, sino porque necesitaban certeza. Y sin conciertos, no había ingresos. Sin ingresos, no había pagos. La orquesta entró en una espiral de bloqueo financiero.
Javier decidió actuar. El primer paso fue revisar el estado de tesorería, analizando con precisión los cobros previstos, las obligaciones ineludibles y el calendario de pagos comprometido. Luego pasó a preparar escenarios alternativos, modelando proyecciones a corto plazo con diferentes supuestos: qué pasaría si se reprogramaban ciertos pagos, si se solicitaban anticipos de subvención, o si se ajustaban gastos no esenciales.
El punto de inflexión llegó cuando propuso una medida inusual: elaborar un informe financiero específico para los músicos. Claro, visual, transparente. Sin jerga técnica. Donde se mostraba, de forma directa, la situación de liquidez, los ingresos caídos, los pagos pendientes y las opciones reales que existían. No se trataba sólo de convencer: se trataba de implicar. De poner los datos encima de la mesa para reconstruir la confianza.
La dirección respaldó la idea. Y, para sorpresa de muchos, el informe cambió el clima general. No resolvió la crisis de inmediato, pero permitió tomar decisiones informadas: se pactaron aplazamientos de ciertos pagos, se recuperaron algunos conciertos con garantía de cobro parcial, y se logró reactivar el diálogo con el Ministerio con una propuesta financiera clara en la mano.
Javier no había resuelto la crisis sólo, pero había hecho algo fundamental: convertir la contabilidad en una herramienta para la acción colectiva. La información financiera, presentada a tiempo y con claridad, había sido la base para recuperar la gobernabilidad de la situación.
IV. Finale – La armonía
Pasaron semanas intensas. Reuniones, ajustes, negociaciones. Cada paso era un compás más de una sinfonía que parecía a punto de romperse, pero que, poco a poco, volvía a sonar con sentido.
Gracias al plan financiero impulsado por Javier, la orquesta logró estabilizar su liquidez a corto plazo. El Ministerio aprobó un anticipo parcial, se reestructuraron pagos pendientes y los músicos, con la nueva información sobre la mesa, accedieron a reanudar los ensayos y programar los primeros conciertos de la temporada.
Lo que permitió que todo eso ocurriera no fue un milagro, ni una gran inyección de capital. Fue, simplemente, información financiera oportuna, clara y útil para tomar decisiones difíciles con responsabilidad. Lo que durante años había sido percibido como “papeles de oficina” se había convertido en la base para reconstruir la confianza y la actividad.
Javier lo entendió con una claridad nueva. La contabilidad no era sólo técnica: era comunicación. Era una forma de hacer visible lo invisible. Una herramienta para organizar la realidad y darle sentido. Para él, que había tocado sinfonías desde dentro, fue revelador ver que, desde su mesa de trabajo, también podía participar en una sinfonía. Una diferente, pero igual de importante.
Cuando la orquesta volvió a tocar ante el público en el primer gran concierto de reapertura, Javier no estaba en el escenario. Tampoco entre los asistentes. Se quedó en la sala contigua, donde el sonido llegaba atenuado por la puerta entreabierta. Cerró su portátil, miró su último informe de previsión actualizado… y sonrió.
No tocaba el violín, pero había afinado algo más grande: el equilibrio entre la emoción y la gestión, entre la música y la contabilidad.
Comprendió que aquel no era sólo un trabajo. Era su propia forma de estar dentro de la música, ayudando a que otros puedan interpretarla.
Porque, como toda buena sinfonía, la armonía no surge del azar, sino de un conjunto de decisiones acertadas, perfectamente organizadas.
Y si la contabilidad puede lograr eso, entonces también cuenta.
Primer premio: Dacci Jael Landa Durán, estudiante de 4º del grado de Administración y Dirección de Empresas de la Universidad Autónoma de Madrid.

En la foto aparecen, de izquierda a derecha, Ana María Prieto, presidenta de la Agrupación de Madrid y Dacci Jael Landa Durán, ganadora del primer premio.








