Frederic Borrás: “En la auditoría, la carrera por la calidad no tiene línea de meta”
Estamos de suerte. No todos los días un auditor presenta un libro escrito por él y no todos los días tenemos la oportunidad de conocer de primeara mano, y escrito en un estilo impecable, las experiencias que ha vivido una de las personas que ha sido durante décadas una referencia para los auditores de cuentas en Cataluña: Frederic Borrás.
El que fuera presidente del Col·legi de Censors Jurats de Comptes de Catalunya -y hoy presidente de honor- y socio director de KPMG acaba de publicar su libro Pinceladas de vida, un relato en el que combina las experiencias de su vida personal y profesional con reflexiones que nos sirven para entender mejor el pasado, el presente y el futuro.
Empecemos por el principio: ¿qué quería ser Frederic Borrás de mayor? ¿Cuándo decidió que quería ser auditor?
Empecé mis estudios en la Universidad de Barcelona, cursando la especialidad de economía general, para poder arreglar el mundo. Después estudié el MBA en ESADE y fue allí donde vinieron los de KPMG a contratar juniors. Era el año 1976 (¡pronto hará cincuenta años!), nos explicaron qué era la auditoría, pues en aquellos momentos la profesión empezaba en España, y me interesó.
Vamos con sus primeros pasos en la profesión. Seguramente le habrán comentado muchas veces cuánto ha cambiado la auditoría y el mundo de la empresa desde que empezó a trabajar. Nosotros queremos preguntarle lo contrario. ¿Qué es lo que no ha cambiado?
Es una profesión que requiere gran dedicación y estudio, porque las normas cambian continuamente para adaptarse a los cambios tecnológicos y del entorno general del mundo de los negocios, pero tiene el gran aliciente de que conoces muchas empresas, diferentes sectores, estás en contacto con gente del entorno empresarial y contribuyes a la fiabilidad de la información financiera, que es una cuestión reconocida como de interés general.
Vamos a poner a prueba su memoria. ¿Recuerda su primer cliente, su primer jefe y su primer sueldo?
¡Claro que sí! El verano que me contrataron estaba haciendo las milicias universitarias y en KPMG me dijeron que cuando terminara les llamara. Terminé mis obligaciones militares en Granada y al llegar a casa, después de saludar a la familia, llamé enseguida para decirles que ya estaba a disposición. No pasó ni media hora que me llamaron de vuelta diciéndome que me esperaban en la oficina a primera hora de la mañana siguiente.
Conseguí una americana y una corbata y allí estaba puntual. Me enviaron a una conocida empresa de cosmética. Han pasado casi cincuenta años, pero cada vez que paso por delante de aquellas oficinas levanto los ojos y disfruto del buen recuerdo de aquel primer trabajo.
Mi primer jefe desgraciadamente ya nos ha dejado.
Mi primer sueldo fue de 440.000 pesetas anuales (2.683 euros al año). No parece mucho, pero hace 50 años, si lo administrabas bien, daba para vivir.
Sigamos con sus primeros años ¿Ya por aquel entonces hacía sus pinitos en el mundo de la gastronomía y en el de la cultura, o eso vino más adelante?
Siempre me ha interesado el mundo de la gastronomía y la cultura, pero he podido cultivarlos más de mayor. De joven estuve muy dedicado al desarrollo de mi carrera profesional, en sacar las oposiciones de censor jurado de cuentas, luego el título de Certified Public Accountant (CPA) en Estados Unidos, el doctorado en Economía, etc., compaginando todo esto con una gran dedicación al trabajo y también la creación de una familia, que daba sentido a todo lo demás.
Por cierto, hay quien cree que en este país no se puede vender un libro si no se tiene un restaurante favorito secreto y se comparte su nombre en redes sociales para que deje de ser secreto. ¿Cuál es el restaurante favorito de Frederic Borrás?
No es solo uno, son varios y depende de la ocasión.
Tengo grandes recuerdos de El Bulli que, como se explica en el libro Pinceladas de vida, tuve oportunidad de visitar con cierta frecuencia en los años en que era considerado el mejor restaurante del mundo. También señalaré el Dinner by Weston Blumenthal con sus preciosos ventanales y vistas al Hyde Park de Londres y el Vía Veneto en Barcelona para importantes celebraciones.
Cuando voy a Madrid a ver a mi hijo y nietas me agrada especialmente comer con ellos en el Filandón, situado en los Montes del Pardo.
También siento una sensación muy especial cenando en el restaurante Can Carlitos de Formentera, contemplando la puesta de sol. Es del cocinero Nandu Jubany.
Hace unos días nos entristeció profundamente la destrucción por incendio del Mas Marroch de los hermanos Roca, en las afueras de Girona, un lugar bellísimo y excelente también.
Y si tuviese que decidir un éxito profesional a celebrar en alguno de estos restaurantes, ¿cuál elegiría? ¿Por qué? ¿Llevaría a la celebración a su equipo?
Tengo un gran recuerdo de la cena con que mis socios me obsequiaron en el Vía Veneto de Barcelona por mi jubilación, o de cuando pude compartir con muchos compañeros de la firma mi nombramiento como Auditor Distinguido por el Col·legi de Censors Jurats de Comptes de Catalunya, en un restaurante del Eixample de Barcelona.
Seguro que también hubo momentos vertiginosos, de tensión y difíciles. ¿Recuerda alguno en especial? ¿Diría que el resultado final compensó estos problemas?
Pienso que los problemas te hacen más fuerte, pero tienes que superarlos. Lo decía aquel sabio con estas palabras: “no es bueno sufrir, pero es bueno haber sufrido”.
Cuando yo empecé mi carrera “éramos las ocho grandes” y ahora son las “cuatro grandes”. Todos estos procesos de fusión son complicados.
Cuando empecé en el año 1976 en la oficina de Barcelona éramos 25 personas. Cuando me jubilé de KPMG en el 2012 dejé allí más de 700 profesionales. En toda esta evolución hay crisis de crecimiento y de poder que pueden tener momentos complicados y algunos los explico en el libro Pinceladas de vida.
Usted ha tenido que conocer cómo nos ven a los auditores por todo el planeta. ¿Dónde percibió más respeto y admiración? ¿Y qué nos falta a los auditores en España para conseguir ese reconocimiento?
He tenido la suerte de formar parte del Transnational Auditors Committee de IFAC, elegido por las principales firmas de auditoría del mundo, y asistir a las reuniones del Forum of Firms, organismo que acoge a las 32 firmas que cumplen los requisitos para ser homologadas por el IFAC para hacer auditorías transnacionales. También he tenido el honor de representar a la profesión española como miembro del grupo de trabajo sobre normas de auditoría de Accountancy Europe y mi percepción es que la profesión española tiene un buen nivel de respeto y admiración. Pero es cierto que, en la auditoría, la carrera por la calidad “no tiene línea de meta” y hay que seguir dando repuesta a las necesidades del mercado y la sociedad, cada vez más exigentes.
Auditoría, viajes, familia, gastronomía, museos… y también tenía tiempo para ser el presidente de los Censores Jurados de Cuentas de Cataluña. ¿Por qué ese paso?
Entré en el Consejo Directivo del Col·legi a mediados de los años noventa. Hay que tener presente que 1990 fue el primer año de auditoría obligatoria para aquellas sociedades obligadas por la Ley de Auditoría.
Eran años en que había mucho por hacer para conseguir una profesión como la que tenemos hoy, entre lo que destaco:
- La aprobación por unanimidad del Parlament de Catalunya de la Ley de Constitución del Col·legi de Censors Jurats de Comptes de Catalunya. Este año se cumple el 30 aniversario.
- La construcción del edificio del Col·legi, del que el año próximo se cumplirá el 30 aniversario de su inauguración.
- Diseñar un sistema de financiación de la construcción del edificio y de las actividades de la profesión en España basadas en la implantación del sello en los informes de todas las actuaciones profesionales.
- La organización del primer Máster de Auditoría, en colaboración con la universidad, que convalida el examen teórico del ROAC.
Esta es una muestra de cosas que hicimos con un equipo magnífico en el Consejo Directivo, que bien merecían un esfuerzo. Además, cuando ves los frutos te animas.
¿Qué experiencias de su época como presidente del Col·legi cree que se pueden aplicar a la época actual, a la era del nacimiento de la IA?
La IA es un gran reto al que estoy seguro que una profesión ya madura y bien organizada sabrá dar cumplida respuesta. Solo añadiré una reflexión: “Cuanto más digital es el mundo, más valor tiene el juicio humano”.
Una última pregunta. Y ahora, ¿qué quiere ser Frederic Borrás de mayor?
Aprovechar ahora que tengo más tiempo para seguir aprendiendo, cosa que me es facilitada por mi pertenencia a la Real Academia Europea de Doctores, donde prima la multidisciplinariedad. Leer y escribir, así como disfrutar de la familia, especialmente de mis nietos, y de cada día, ayudando en todo lo que pueda.








